Maricela Pino, Directora Escuela de Obstetricia y Puericultura Universidad de Las Américas
¿Ha escuchado hablar de la matrescencia? Es probable que en el último tiempo el término le haya resultado familiar. Sin embargo, sigue siendo una palabra poco conocida para describir una de las transformaciones más profundas en la vida de muchas mujeres: el tránsito hacia la maternidad.
El concepto fue acuñado en la década de 1970 por la antropóloga Dana Raphael para referirse a los cambios biológicos, psicológicos y sociales que ocurren cuando una mujer se convierte en madre. Lo comparó con la adolescencia, otra etapa caracterizada por una intensa reorganización del cuerpo, la mente y la identidad. Pese a su relevancia, el término quedó relegado al olvido hasta hace pocos años, cuando comenzó a ser rescatado por autoras como la psiquiatra Alexandra Sacks y la psicóloga Aurelie Athan, y respaldado por investigaciones neurocientíficas lideradas por la doctora Susana Carmona, que evidencian una auténtica remodelación cerebral en el embarazo y posparto.
Durante la gestación, el parto y el puerperio, el cuerpo experimenta cambios hormonales intensos, acompañados de una reorganización del cerebro orientada a facilitar el vínculo, cuidado y apego. Pero la maternidad no solo conlleva una transformación biológica: reconfigura la identidad. Emergen nuevas prioridades, se redefine el sentido de vida, se transforma la percepción del cuerpo, se alteran los ritmos de sueño y energía, y se reordenan las relaciones sociales y familiares. Todo ello bajo el peso de mandatos culturales sobre lo que significa “ser una buena madre”.
Reconocer la matrescencia permite visibilizar estas experiencias muchas veces silenciadas. Emociones como el miedo, la tristeza, el cansancio o la frustración, lejos de ser signos de debilidad o enfermedad, forman parte de esta transición vital. Sin embargo, la norma cultural sobre la maternidad continúa exaltando una felicidad incondicional, negando espacio a las ambivalencias que tantas mujeres atraviesan.
Por este motivo es necesario normalizar y no patologizar los sentimientos encontrados que emergen en esta etapa. Acompañar la matrescencia implica promover redes de apoyo reales, fortalecer prácticas comunitarias y diseñar políticas públicas sensibles a las necesidades maternas. Garantizar tiempo para la recuperación, acceso a salud mental posparto y espacios de contención, puede marcar una diferencia, no solo para las madres, sino para el bienestar de las familias y comunidades.
Hablar de matrescencia es el primer paso para hacer visible lo que por tanto tiempo se ha vivido en silencio.