Por Natalia Marquez, Enfermera Jefe de Salud Ocupacional, Workmed

Cada 12 de mayo, Día Internacional de la Enfermería, volvemos a preguntarnos si realmente estamos cuidando a quienes dedican su vida a cuidar de otros. Como sociedad, nos hemos acostumbrado a exigirles una entrega total, muchas veces silenciosa, a quienes están en el corazón de la salud preventiva: enfermeras y enfermeros. Pero ¿les devolvemos esa dedicación con el respaldo que merecen?

Quienes trabajamos en salud ocupacional lo sabemos bien: el rol de la enfermería es mucho más que el de asistir en procedimientos clínicos. Es acompañar, contener, prevenir y rehabilitar. Somos el puente entre la operatividad de una organización y el bienestar de sus trabajadoras y trabajadores. Así lo sentimos cada vez que ejercemos nuestra labor en terreno, en una faena, en una industria, o en un espacio de atención primaria.

Nuestra presencia silenciosa representa la columna vertebral del quehacer del cuidado. Actuamos como sostén entre la operatividad y la salud de los trabajadores y trabajadoras, siendo este último nuestro recurso más valioso.

Pero la evidencia es clara: no estamos bien. Según la Organización Mundial de la Salud, un 63% del personal de salud en el mundo ha sufrido algún tipo de violencia en su lugar de trabajo. Durante la pandemia, el 23% de los trabajadores de la salud de primera línea sufrió ansiedad o depresión, y el 39% padeció insomnio.

Pese a este panorama, casi 30 países —de los más de 190 que conforman la OMS— cuentan con políticas nacionales que protejan la salud y seguridad de su personal sanitario. La paradoja es evidente: nos piden sostener sistemas de prevención y bienestar sin garantizar nuestro propio bienestar.

Pero también sabemos que hay caminos posibles. El Consejo Internacional de Enfermeras ha enfatizado que el personal de enfermería es clave para prevenir enfermedades no transmisibles y abordar la salud mental desde la atención primaria. Para que ese potencial se concrete, se necesita voluntad política: legislación habilitante, educación accesible, inversión sostenida, financiamiento adecuado y condiciones laborales dignas.

Cuidar a quienes cuidan no es una consigna: es una necesidad para garantizar sistemas de salud resilientes, seguros y humanos. La salud preventiva empieza con el compromiso de proteger a quienes la hacen posible. Y ese compromiso debe ser diario, no solo una vez al año.

 

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