- La Dra. María José García Rubio, PDI de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia – VIU, perteneciente a Planeta, Formación y Universidades, analiza el impacto del estrés en el día a día y posibles maneras de enfrentar este problema.
- La cultura de la hiperproductividad ha normalizado toda la cantidad de consecuencias mentales, físicas y emocionales que genera el estrés, y es una realidad a la que hay que atender de manera urgente.
Chile, marzo de 2025 — El estrés se ha convertido en una preocupación de salud mucho mayor, y el principal detonante de esto suele ser el trabajo. Tan solo en América Latina, el porcentaje de trabajadores estresados en 2024 alcanzó el 44%, un poco más que el promedio global, según informó el State of the Global Workplace Report de la consultora Gallup.
No obstante, el estrés ha ido ganando más presencia en la vida cotidiana, en espacios que no necesariamente son laborales, convirtiéndose en una compañía constante y peligrosa; ha dejado de ser una simple reacción ante la presión para convertirse en un estímulo adictivo que activa mecanismos cerebrales como el cannabis o la cocaína.
Así lo explica la Dra. María José García Rubio, PDI de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia – VIU, perteneciente a Planeta Formación y Universidades.
«La liberación de cortisol y adrenalina, en conjunto con la estimulación del sistema de recompensa dopaminérgico, genera un estado de alerta que temporalmente mejora la eficiencia y el desempeño, lo que motiva a las personas a repetir dicha experiencia», detalla la experta, quien también es Codirectora de la cátedra VIUNED de Neurociencia global y cambio social.
Esta constante búsqueda de rendimiento puede generar un círculo vicioso en el que la sobreexigencia se convierte en norma y el descanso en un lujo prescindible.
Señales de alarma por el estrés como adicción
Muchas personas han normalizado síntomas como fatiga persistente, cefaleas tensionales o problemas digestivos recurrentes sin asociarlos directamente con el estrés. Alteraciones del sueño, insomnio o una sensación de descanso no reparador también son comunes en quienes están atrapados en este ciclo.
A nivel emocional, el estrés prolongado incrementa los niveles de ansiedad e irritabilidad, reduciendo la capacidad de relajación y generando una sobrecarga cognitiva que dificulta la toma de decisiones.
«Numerosos estudios han evidenciado que el estrés crónico tiene un efecto directo sobre la cognición, especialmente en la toma de decisiones, incrementando las elecciones impulsivas, disminuyendo la capacidad de planificación y dificultando el establecimiento de prioridades», señala la experta de VIU.
Además, una de sus manifestaciones más preocupantes es la pérdida de disfrute en actividades que antes eran placenteras, un síntoma que puede derivar en cuadros depresivos.
El comportamiento también se ve afectado. Muchas personas recurren al consumo excesivo de cafeína, tabaco o alcohol para mantenerse funcionales, mientras que otros desarrollan una dependencia hacia dispositivos electrónicos como una vía de escape.
Incluso, el límite entre la vida laboral y personal se desdibuja, reforzando la idea de que la productividad constante es una exigencia ineludible. Si estas manifestaciones se prolongan, pueden derivar en estados de agotamiento extremo (burnout), ansiedad generalizada o trastornos depresivos, lo que enfatiza la urgencia de una intervención temprana.
Desafío cultural: redefiniendo el éxito y la productividad
El estrés no solo es un problema biológico o emocional, sino también sociocultural. En entornos altamente competitivos, la hiperproductividad es vista como una virtud, y estar «ocupado» se interpreta como un símbolo de éxito. La idea de que el descanso es sinónimo de ineficiencia ha calado hondo en la cultura laboral y educativa, reforzando una visión distorsionada del éxito.
«Para contrarrestar esta percepción, es necesario fomentar una cultura del bienestar en la que el rendimiento se mida en términos de calidad y no solo de cantidad», indica la Dra. María José García Rubio. «Es fundamental impulsar un enfoque equilibrado en el que el descanso, la salud mental y la productividad coexistan de manera armónica, promoviendo así una visión más sostenible del éxito personal y profesional».
Para lograrlo, es importante replantear las estructuras laborales y sociales, estableciendo límites claros entre el tiempo de trabajo y el tiempo personal. Las empresas tienen un papel clave en la implementación de estrategias que reduzcan la sobrecarga de los empleados y promuevan el bienestar.
A nivel individual, es fundamental desarrollar hábitos que fomenten la desconexión y el autocuidado, como la práctica regular de ejercicio, la meditación y la construcción de espacios de descanso efectivos.
Enfrentar esta «adicción del siglo XXI» requiere un cambio de paradigma, donde la salud mental y el bienestar sean prioridad, y no el precio a pagar por alcanzar el éxito.
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