María José Millán Monares, Académica Psicología, Universidad Andrés Bello

Cada vez más personas utilizan herramientas de inteligencia artificial, como ChatGPT, por ejemplo, para conversar sobre sus problemas emocionales, en busca de contención y orientación. La pregunta es inevitable: ¿qué nos dice este comportamiento sobre nuestra sociedad y sobre el acceso a la salud mental?

En primer lugar, este fenómeno refleja una necesidad insatisfecha. Diversos estudios internacionales señalan que la brecha en el acceso a la salud mental continúa siendo amplia. La terapia psicológica resulta costosa, las listas de espera en sistemas públicos son extensas y, en muchos países, los seguros de salud no cubren un tratamiento prolongado. Ante este escenario, la IA se presenta como una herramienta disponible de manera inmediata, económica y sin burocracia.

Pero más allá de lo práctico, la popularidad de ChatGPT como “terapeuta” habla de algo más profundo: el anhelo de ser escuchados sin juicio. La posibilidad de expresarse con libertad, sabiendo que no habrá crítica ni rechazo, otorga una sensación de seguridad. Es cierto que la inteligencia artificial no reemplaza el vínculo humano, pero sí ofrece un espacio de desahogo que, en la soledad de la era digital, se vuelve valioso.

También se observa un factor de intimidad percibida. Muchas personas sienten que pueden confiar en un sistema que guarda silencio y responde con aparente empatía. Hoy, la exposición social y el estigma hacia la salud mental todavía pesan, la interacción con una IA parece más accesible que la vulnerabilidad frente a otro ser humano.

No podemos ignorar el componente de autorregulación emocional. Escribir sobre lo que sentimos, recibir devoluciones organizadas y reflexivas, e incluso responder preguntas que invitan a pensar en uno mismo, activa un proceso parecido al de llevar un diario personal, pero con la ventaja de contar con un “interlocutor” que ordena, sintetiza y devuelve las ideas en un marco comprensible.

Sin embargo, este fenómeno debe analizarse con cautela. La inteligencia artificial no reemplaza la complejidad de la relación terapéutica, donde el encuentro con un otro humano, la transferencia, la empatía genuina y la co-construcción del sentido permiten un trabajo de profundidad. En cambio, ChatGPT funciona como un recurso complementario o de primera escucha, útil para acompañar en momentos de angustia, pero insuficiente como tratamiento en sí mismo.

Esta tendencia, en síntesis, nos interpela en varios niveles. Nos recuerda la urgencia de democratizar el acceso a la salud mental, de reducir el estigma asociado a la terapia psicológica y de reconocer que, detrás de la pantalla, hay seres humanos que necesitan espacios de encuentro, comprensión y cuidado. ChatGPT es solo un espejo tecnológico de esa demanda insatisfecha.

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