Por Tomás Grandi, CEO de Sked24

En el imaginario colectivo, la tecnología suele asociarse a frialdad, eficiencia, automatización. Palabras necesarias, pero muchas veces alejadas de lo que realmente necesita la salud: tiempo, escucha, humanidad. Sin embargo, no deberíamos ver la tecnología como su opuesto, sino como una herramienta que, bien usada, puede devolverle a la salud justamente eso: humanidad.

Hoy, el tiempo parece ser el recurso más escaso en el sistema sanitario. En promedio, una consulta médica en países de la OCDE suele durar entre 10 y 15 minutos, lo que es totalmente insuficiente, ya que hablamos de personas que llegan a consultar con dolores, dudas y miedos, que no tienen los conocimientos y esperan diagnósticos consistentes y tratamientos adecuados, sin embargo, se enfrentan a una atención acelerada y eso es desgastante para el paciente, pero también para el equipo de salud.

A esto se suma la sobrecarga estructural. En Chile, de acuerdo a la Primera Encuesta Nacional de Enfermería del 2024, un porcentaje importante del personal declara sentirse cansado al final de la jornada de trabajo, cree que trabaja demasiado, se siente emocionalmente agotado o cree que su trabajo lo está desgastando. El cansancio no es solo físico; es moral. Es la frustración de no poder hacer las cosas bien, de no tener tiempo para mirar a los ojos, para explicar, para acompañar.

Y es aquí donde la tecnología puede y debe cumplir otro rol. No solo como un canal de agendamiento o una ficha clínica electrónica más eficiente. Sino como una vía para liberar a las personas de tareas repetitivas y caóticas, y así recuperar lo esencial: el vínculo humano.

Imaginemos un sistema donde el paciente no tiene que peregrinar entre números y pasillos para conseguir atención, donde la agenda del médico no se convierte en una trampa sin salida, donde los datos se usan para anticipar necesidades y no solo para llenar reportes. Ese sistema no es una utopía futurista. Es una posibilidad concreta, pero requiere decisión y mirada a largo plazo.

No es la tecnología lo que deshumaniza la salud. Lo que deshumaniza es la inercia, el desorden, la burocracia que se arrastra por décadas. La tecnología, bien pensada, no reemplaza el cuidado. Lo hace posible.

La digitalización no debería entenderse como una amenaza para la relación entre personas, sino como un acto profundamente humano: el de usar nuestro ingenio para crear mejores condiciones para vivir —y para cuidar— en comunidad.

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