El 26 de febrero de 1998 fue el día en que se generó una ola de desconfianza internacional sobre las vacunas cuyos efectos reverberan hasta hoy en día, casi 20 años después.

Aquel día, en Londres, el médico Andrew Wakefield presentó una investigación preliminar, publicada en la prestigiosa revista científica The Lancet, en la que decía que doce niños vacunados habían desarrollado comportamientos autistas e inflamación intestinal grave.

Lo que tenían en común, según el estudio, era que los niños tenían restos del virus del sarampión en el cuerpo.

Wakefield y los compañeros de ese estudio sugirieron la posibilidad de que hubiera un «vínculo causal» de esos problemas con la vacuna conocida como MMR, por las siglas en inglés de las enfermedades sarampión, paperas y rubeola, que había sido aplicada a 11 de los 12 niños estudiados.

Andrew Wakefield, autor del estudio que vinculó el autismo y las vacunas, fue declarado «no apto» para el ejercicio de la medicina.

El propio Wakefield reconocía que se trataba únicamente de una hipótesis: la vacuna podría causar problemas gastrointestinales, que llevaban a una inflamación en el cerebro y tal vez al autismo.

Esa sugerencia fue suficiente para que los índices de vacunación del MMR en Reino Unido empezaran a bajar y más tarde alrededor del mundo.

El relato de esa historia forma parte de un libro que acaba de ser publicado en Brasil, titulado Outra Sintonía, en el que los autores John Donvan y Caren Zucker, cuentan la historia del autismo en la sociedad.

Padres preocupados hasta ahora

En muchos países del mundo todavía existe un gran debate social en torno a la vacunación.

En Europa las autoridades sanitarias están en alerta desde el primer trimestre de este año, cuando una epidemia de sarampión resultante de la caída en los niveles de inmunización, causó al menos 500 infecciones y dejó 35 muertos.

Como respuesta, países como Italia y Alemania ahora debaten la aplicación de multas para quien no vacune a sus hijos.

En Brasil algunos padres se juntan en grupos de Facebook y Whatsapp para hablar de sus temores sobre las vacunas.

Las preocupaciones van desde los efectos secundarios de las inyecciones a la seguridad en torno a las dosis, de los posibles beneficios para la industria farmacéutica al miedo a que las vacunas múltiples expongan a los bebés a una carga excesiva de sustancias.

Años para negar científicamente el vínculo

Según narra el libro, en los años posteriores al estudio de Wakefield, la polémica llegó también a Estados Unidos.

Allí el autismo no se vinculó con la MMR, sino con el timerosal, un componente antibacterial que está presente en algunas vacunas.

Fueron necesarios muchos años para que ambas teorías fueran desmontadas y para que el vínculo entre el autismo y las vacunas fuera descartado por la comunidad científica.

En 2004, el Instituto de la Medicina de EE.UU. concluyó que no había pruebas de que el autismo estuviera relacionado con el timerosal.

«Menos en Dinamarca, el timerosal había sido retirado de la composición de las vacunas en 1992, y sin embargo la prevalencia del autismo era más alta que nunca», escriben Donvan y Zucker en su libro.

Esa conclusión fue reforzada por un estudio en California: allí retiraron el timerosal de la composición de las vacunas a principios de la década del 2000, y entre entonces y 2007 la prevalencia de autismo aumentó.

Wakefield tenía conflicto de intereses

En cuanto a Wakefield, en 2004 se descubrió que antes de la publicación de su artículo en The Lancet, había pedido la patente para una vacuna contra el sarampión que competiría con la MMR, algo que se interpretó como un conflicto de intereses.

Pero las acusaciones contra el académico fueron aún mucho más allá: en el estudio original Wakefield decía que había vestigios del virus del sarampión en los 12 niños analizados.

Desde entonces, un médico que lo ayudó en esa investigación salió a decir públicamente que, en realidad, no se había encontrado el virus en uno de ellos, y que Wakefield había ignorado ese dato para no perjudicar el estudio.

En 2010 el Consejo General de Medicina de Reino Unido falló que Wakefield «no era apto para el ejercicio de la profesión», calificando su comportamiento como «irresponsable«, «antiético» y «engañoso«.

 

Por su parte la revista The Lancet se retractó del estudio publicado una década antes, diciendo que sus conclusiones eran «totalmente falsas».

Y la organización estadounidense Autism Speaks, dedicada al estudio y el debate sobre el autismo, decidió posicionarse a favor de la vacunación.

«Las vacunas no causan el autismo», escribió la entidad en su sitio web en 2015.

«Les pedimos encarecidamente que vacunen a todos los niños».

«Uno contamina a diez»

Carla Domingues, coordinadora del Programa Nacional de Inmunización del ministerio de Salud de Brasil, argumenta que el miedo de los padres a los posibles efectos secundarios de la vacuna no puede pesar más que el peligro mucho más grave de contraer la enfermedad.

«La disminución de la mortalidad infantil en Brasil se debe a la vacunación», le dijo a BBC Brasil.

«No tienen lugar afirmaciones como esa de que ‘mi hijo está bien nutrido y no necesita vacuna’. Aún hay en el mundo casos de polio y de sarampión, como demuestra el brote en Europa. Con el libre comercio y turismo siempre hay posibilidades de contagiarse y de pasarla».

«Una persona con sarampión, por ejemplo, consigue contaminar a otras diez«, apunta la especialista.

«Es una enfermedad que tiene una mortalidad elevada y puede dejar secuelas importantes, como la ceguera o la sordera», añade.

Aún así, Domingues cree que las oscilaciones en los índices de vacunación se deben más a la «desinformación» que a una postura firme contra las vacunas.

«Muchos padres ya no ven la incidencia de algunas enfermedades y encuentran que no hace falta vacunar a los niños», dice.

«El año pasado, cuando hubo un brote de gripe en Brasil la cobertura de vacunación llegó al 96%. Este año, solo nueve estados tuvieron un índice por encima del 90%», comenta.

Según la Organización Mundial de la Salud,las vacunas hoy en día salvan entre 2 y 3 millones de vidas al año en el mundo.

Fuente: BBC Mundo

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