Cada 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, cuyo objetivo es concientizar a los Estados y sus poblaciones sobre el problema alimentario, al igual que promover la solidaridad en la lucha contra el hambre, la pobreza y desnutrición.
Cerca del 40% de la población a nivel mundial no puede acceder a una alimentación saludable y la población chilena no es ajena a esta problemática. Según el estudio “Radiografía de la alimentación en Chile”, solo un 5% de la población cumple con los criterios de una dieta saludable, situación que se da especialmente en población con un menor nivel socioeconómico. También, es sabido los altos niveles de obesidad que presenta la población adulta e infantil y la alta carga de enfermedades cardiovasculares que ha acrecentado con el paso de los años.
Si bien se ha alertado de esta situación durante años, la pandemia por COVID-19 ha exacerbado estas problemáticas, aumentando los niveles de inequidad existentes.
Al otro lado de la misma moneda, observamos que a pesar de que un tercio de los alimentos aptos para el consumo humano se desperdicia a nivel mundial, cerca del 10% de las personas califican en estado de desnutrición. Solo en el 2018, más de 820 millones de habitantes fueron diagnosticados con esta condición. En el contexto de algunos países, la inseguridad alimentaria puede deberse a un problema de acceso a los alimentos, por sobre al suministro de estos. A modo de ejemplo, las estadísticas muestran que en hogares de beneficencia en países desarrollados, el desperdicio evitable de frutas y hortalizas se estima entre 30% (Holanda) y 70% (Japón) del total de desperdicios de alimentos producidos en el hogar. Es más, a nivel mundial aproximadamente se pierden 1300 millones de toneladas de alimentos al año, y un 6% de estas se producen en América Latina y el Caribe. Esta cifra bastaría para alimentar 10 veces el total de personas que sufren de hambre en esta región.
Este panorama, al cual se suma la mega sequía y otras consecuencias asociadas al cambio climático, ha mostrado que no basta con tomar acciones desde lo individual, también es necesario que estas sean dirigidas a la población.
Convoquemos la creación de ambientes propicios para que las personas se alimenten de forma saludable y con un bajo impacto ambiental. Para esto, se debe disminuir la publicidad excesiva de alimentos insanos en espacios públicos, crear impuestos a productos con altos niveles de nutrientes dañinos para la salud (altos en sal, azúcares y grasas saturadas), subvencionar alimentos saludables de tal forma de hacerlos más accesibles a población de menor nivel socioeconómico, entre otras medidas. La clave para este cambio está en una alimentación saludable y sustentable.
Equipo Prensa
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