La escasez de insumos médicos críticos comienza a evidenciar un problema estructural que afecta gravemente al sistema de salud en Chile. Cirugías suspendidas, pabellones inutilizados y alzas en los costos operacionales son solo algunas de las consecuencias del fenómeno conocido como stockout, que ya se manifiesta con fuerza en distintos puntos del país.
Uno de los casos más emblemáticos es el del Hospital Carlos Van Buren de Valparaíso, donde desde marzo del año pasado se reportaron cancelaciones de cirugías traumatológicas debido a la falta de materiales básicos, además del cierre de nueve pabellones por el mismo motivo.
En la Región Metropolitana, en tanto, la Seremi de Salud detectó 112 insumos vencidos en el Hospital El Carmen de Maipú, incluidos medicamentos clave para emergencias como paros cardiorrespiratorios. A nivel municipal, el panorama también es preocupante: se han hallado más de 155 mil insumos médicos vencidos en bodegas, almacenados por más de un año.
El stockout —término utilizado para describir la falta de productos cuando se requieren— responde, según el experto Sergio Flores, docente de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y socio de Demafront, a múltiples causas: “Errores en el control de inventarios, productos vencidos, robos no detectados y fallas en la planificación generan una falsa sensación de abastecimiento y dejan a los centros de salud sin los insumos necesarios justo cuando más se requieren”, explica.
Flores sostiene que el problema se origina, principalmente, en dos frentes. El primero tiene que ver con una gestión deficiente de inventarios: “Cuando el sistema no detecta que hay productos vencidos o robos, muestra disponibilidad donde no la hay”. El segundo, con la dificultad de prever la demanda en un entorno de alta variabilidad: “La necesidad de insumos cambia según la temporada o eventos epidemiológicos, como el aumento de enfermedades respiratorias en invierno”, detalla.
Los efectos de esta falta de stock son graves. Según el experto, las compras urgentes pueden llegar con sobreprecios de entre 40% y 50%, mientras que el cierre de pabellones —por falta de materiales— implica no solo pérdidas económicas para clínicas privadas, sino también retrocesos en la lucha contra las listas de espera en hospitales públicos.
A esto se suma una crisis financiera en el sistema de abastecimiento. Solo en 2024, la deuda del Estado con proveedores de insumos médicos superó los $200 mil millones, con plazos de pago que exceden los 300 días. De hecho, se estima que entre el 30% y el 70% de la facturación del sector lleva más de seis meses impaga, dificultando aún más la reposición oportuna de materiales.
El impacto en los pacientes también es evidente. A septiembre del año pasado, las listas de espera para atención especializada sumaban más de 2,6 millones de casos pendientes y cerca de 335 mil cirugías, con tiempos promedio de espera que van de los 256 a los 301 días. En algunos centros de la Región Metropolitana, incluso, los pacientes han debido esperar más de 699 días para una intervención.
Frente a este panorama, Flores plantea que la tecnología podría ser parte de la solución. “El uso de algoritmos, inteligencia artificial y análisis predictivo permite mejorar la gestión de inventarios. Con machine learning se pueden hacer pronósticos más precisos, ajustados al comportamiento real del consumo y las restricciones presupuestarias o de almacenamiento”, concluye el experto de Demafront.