Juan Pablo Ogueda, Académico Carrera de Psicología, UDLA, Sede Concepción

La llegada de un bebé suele retratarse como un momento de inmensa felicidad y emoción para los padres y familiares. Sin embargo, pocas veces se considera la experiencia desde la perspectiva del recién nacido, quien enfrenta un mundo completamente desconocido, rodeado de extraños que lo manipulan y examinan, lo que podría generar un impacto emocional significativo.

Para entenderlo, es posible hacer un experimento mental que permite conectarse con las sensaciones descritas. Imaginemos que una persona se duerme por la noche y, al despertar, aparece en un lugar completamente desconocido. No reconoce nada a su alrededor. Está sin ropa, sin comida, sin agua, y se siente confusa y desorientada. Su cuerpo le duele, como si hubiese recibido una paliza, aunque no presenta marcas visibles. La luz del sol le resulta insoportable, como si nunca hubiera estado expuesta a ella. Sus sentidos están alterados: la vista borrosa, los sonidos se distorsionan y no logra distinguir nada con claridad. En ese lugar hay pocas personas y las que están no hablan su idioma ni tienen costumbres similares a las que conoce. La desesperación comienza a apoderarse de ella, intenta pedir ayuda, pero parece que nadie la entiende. Para los demás, solo está emitiendo sonidos incoherentes o gritos incomprensibles.

En medio de esa situación caótica, de repente, la persona distingue el rostro de alguien conocido. Aunque, debido a la confusión, no logra recordar con claridad quién es o de dónde lo conoce, siente que es alguien de confianza. En ese momento, ¿qué haría la mayoría? Lo más probable es que intentaría acercarse lo más rápido posible a esa persona y no se separaría de ella. Rogaría por su ayuda, por una explicación de lo que está ocurriendo. Y, como seres sociales por naturaleza, es probable que abrace a ese otro con fuerza, buscando refugio. Ahora bien, si algún desconocido intentara separarla de ese ser, su reacción seguramente no sería nada positiva.

Este ejemplo es lo más cercano que se puede visualizar respecto a la experiencia de nacer. De un momento a otro, el recién nacido es arrancado del entorno al que estaba acostumbrado y llevado a un lugar extraño y confuso. En medio de esa incertidumbre, surge la figura de la madre, como esa presencia familiar que representa seguridad y salvación.

En este contexto, reflexionar sobre la experiencia de un bebé al llegar al mundo nos ayuda a comprender la importancia de promover partos más humanizados y libres de violencia, donde se priorice el vínculo con la madre por encima de procedimientos médicos innecesarios.

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