Con el otoño se inicia también un periodo crítico para la salud pública: la temporada de enfermedades respiratorias. Aunque aún no se instalan del todo los meses más fríos, el riesgo por influenza y COVID-19 ya preocupa. Tiempo atrás, la Organización Panamericana de la Salud alertó sobre el alza de hospitalizaciones en el hemisferio norte, lo que llevó a Chile a adelantar su campaña de vacunación. Aun así, la cobertura ha sido insuficiente.
Una de las principales razones parece ser la baja percepción de riesgo. Muchas personas asumen que la amenaza ha disminuido, cuando en realidad estos virus siguen activos y pueden provocar cuadros graves, especialmente en adultos mayores, niños y personas con enfermedades crónicas.
Pese a que las vacunas son gratuitas para los grupos de riesgo, la inmunización avanza lentamente. La fatiga pandémica y el buen tiempo en gran parte del país también han influido. Sin embargo, vacunarse sigue siendo clave: fortalece el sistema inmune, reduce la gravedad de los síntomas y evita hospitalizaciones.
A esto se suma la importancia de mantener medidas preventivas básicas: lavado de manos, ventilación de espacios, uso de mascarilla en ambientes cerrados (hoy ya es obligatorio en los servicios de urgencia) y evitar la automedicación. Ante síntomas respiratorios, se debe acudir a un profesional, especialmente si se pertenece a un grupo vulnerable.
Prevenir no es solo una responsabilidad personal. Es también una forma de cuidar a quienes nos rodean. La conciencia colectiva puede marcar la diferencia para reducir el impacto de los virus y proteger nuestra salud y la de toda la comunidad.
Dr Nicolás Bastian Médico general Tarapacá Interclínica