Cada vez más estudios científicos han confirmado que lo que comemos influye en los procesos inflamatorios de nuestro cuerpo. Aunque la inflamación es una respuesta natural del organismo frente a infecciones o lesiones, cuando se mantiene de forma constante, puede causar un daño silencioso que favorece la aparición de enfermedades como diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares, algunos tipos de cáncer, trastornos autoinmunes, deterioro cognitivo e incluso dificultades reproductivas. Esta inflamación crónica de bajo grado puede permanecer durante años sin generar síntomas evidentes, y en gran parte, está condicionada por el estilo de vida, siendo la alimentación uno de los factores clave.
Frente a este panorama, la alimentación antiinflamatoria ha tomado protagonismo como una estrategia efectiva para reducir la inflamación persistente. No se trata de una dieta estricta ni pasajera, sino de un modelo alimentario que consiste en aumentar el consumo diario de frutas, verduras de todos los colores, cereales integrales, legumbres, pescados grasos como el salmón, el jurel, aceite de oliva extra virgen, frutos secos, especias naturales y alimentos fermentados. Al mismo tiempo, sugiere limitar los alimentos ultraprocesados, carnes procesadas, azúcares añadidos y grasas saturadas. Esta combinación permite mantener bajo control los niveles de inflamación y protege el funcionamiento de nuestras células y órganos.
La evidencia científica respalda estos beneficios. Investigadores como Xiaoyu Yu, especialista en nutrición de la Universidad de Illinois, junto a Michael Voss y Hao Pu, expertos en salud pública, han demostrado que este tipo de alimentación puede disminuir la producción de sustancias inflamatorias en el cuerpo, como la proteína C reactiva y diversas citoquinas, reduciendo así el riesgo de enfermedades crónicas y fortaleciendo la salud metabólica, cardiovascular e inmunológica.
Katja Schönenberger, investigadora en nutrición clínica, ha documentado como las dietas antiinflamatorias han logrado reducir el dolor y mejorar la calidad de vida en personas que viven con artritis reumatoide, una enfermedad inflamatoria que afecta las articulaciones.
Este patrón alimentario es similar a la dieta mediterránea, ampliamente estudiada por los expertos Luigi Domínguez y Nicola Veronese, reconocidos investigadores en salud y envejecimiento. Según sus estudios, este tipo de dieta no sólo previene enfermedades crónicas, sino que también contribuye a vivir más años y con mejor calidad de vida.
Además, se ha observado que la alimentación antiinflamatoria mejora la microbiota intestinal, es decir, las bacterias beneficiosas que habitan en nuestro intestino, lo que favorece el sistema inmunológico, la digestión y el control del peso corporal.
Por el contrario, la dieta occidental, la cual es rica en frituras, bebidas azucaradas, harinas refinadas y alimentos ultraprocesados, se asocia directamente con un aumento de la inflamación en el cuerpo y un mayor riesgo de enfermedades. Investigadores como Iwona Malesza, especialista en microbiota intestinal, han advertido que este tipo de alimentación no solo afecta la salud física, sino también el bienestar mental y reproductivo.
Los científicos Marcello Barbagallo y Giuseppe Di Bella, expertos en medicina preventiva, coinciden en que comer bien no es solo un hábito, sino una herramienta accesible y concreta para cuidar la salud desde el hogar.
Adoptar una alimentación antiinflamatoria no implica grandes sacrificios. Se trata de volver a elegir alimentos frescos, naturales y prepararlos en casa. Cocinar más, leer etiquetas, reducir los ultraprocesados. Esta sencilla decisión puede marcar una diferencia importante en la calidad de vida de las personas y prevenir muchas enfermedades.